“esa es la tarea… acompañar en la mirada, a los que
aún no pueden comprender la variedad de colores; es el tiempo de enseñar que
hay más colores que los que nadie jamás imaginó ver”
La bruja María era una bruja feliz, hasta que escuchó
una mañana en el mercado, así como al pasar, a la gente decir que sus hechizos
ya no servían.
Ese día volvió a su cueva, desalentada y tristona; ¿cómo
podían decir sus vecinos que ella no era una buena bruja?
Pero lo cierto es que en algo tenían razón.
Hacía tiempo que sus embrujos no salían bien. Ya no
transformaba a príncipes en sapos… algunos se volvían princesas y otros
ardillas de jardín. Ya no le obedecían los cuervos y dragones… todos habían
dejado de acudir a sus aquelarres.
Así que conversó con la Bruja Madre, la que gobernaba
el bosque de las brujas hacía siglos y ella fue contundente, confirmó lo que
muchos cuchicheaban.
¡¡Su varita mágica, había perdido todo el poder!!
¿Y ahora qué haría, a qué se dedicaría? No se veía vestida de princesa, ni de
abuelita cuentacuentos, ni de hada buena. Pero antes de que se desmayara de
puro susto, la Bruja Madre, le aclaró:
-
Sólo debes descubrir a dónde se ha
ido el poder de tu varita… no lo has perdido. Está aún contigo, en algo que
usas todos los días.
María pensó y pensó, revisó todas sus cosas, pero nada
parecía tener el brillo que había sabido tener su varita, hasta que una mañana
al vestirse, lo supo.
SIIIIIIIIIIIIIIII… sus calcetines, brillaban,
despedían destellos mágicos de luz violeta!!
Allí se había ido todo su poder.
Y ahora acababa de descubrir que cada uno de ellos
tenía un poder diferente… estaba feliz con el descubrimiento!!!
Pero sobre todas las cosas había descubierto que podía
identificar fácilmente a otra bruja cuando se la cruzara, todas, absolutamente
todas ellas, llevaban siempre calcetines rayados.
¿Qué calcetines usas tu por estos días?
Clara, era una nena que amaba las estrellas, la luna y el sol, y todo lo
que estuviera en el cielo… incluso, los aviones o los relámpagos, porque ella
imaginaba que si andaban por el cielo, eran “buena cosa”… como también las
mariposas, los pájaros y la lluvia.
Pero tenía un problema, no le gustaba estudiar, ni leer.
Sus papás y sus maestros le insistían pero ella se la pasaba “mirando la
luna”.
Un día la maestra le dijo a sus papás que le compraran libros de
estrellas porque los leería con muchas ganas… y entonces ellos, hicieron caso y
le compraron a Clarita: “Las mil y una
noches”, “Medias Lunas y otras recetas”, “Estrellas del cine mudo”, “El zodiaco
y las estrellas” y “Estrellas de mar
para colorear”.
Y entonces Clarita dijo:
-
hoy no me molesten, me quedaré todo el día con mis
libros en mi cuarto!!
Sus papás pensaron que ¡¡¡por fin la lectura había anidado en ella!!!
Ese día Clara preguntó a su mamá si podía comer un sandwichito de queso
y salame con poca mayonesa, mientras se quedaba con sus libros, y la mamá la
dejó pensando que sería muy bueno, no interrumpirla…
Durante el día se escucharon ruidos que
salían de la habitación de Clara, pero no había que alarmarse, “todos
los niños juegan aunque estén solos”, pensaban desde la sala, mamá y papá.
Cuando se hizo la noche, Clara salió de su cuarto y habló:
-
¡¡tengo una SORPRESA para darles, quiero que vengan a
ver mis libros!!
Subieron la escalera corriendo y al entrar a la habitación, vieron una
larga escalera que salía desde la ventana de Clara hacia el cielo, directo a la
luna, hecha de peldaños de libros…
Pero había un problema… aún no llegaba a la luna… faltaban peldaños en
la escalera.
El papá de Clara no salía de su asombro, la miró serio y preocupado… y
fue a buscar un libro gordo, llamado DICCIONARIO. Cuando lo trajo, Clarita lo abrió y leyó el
significado de la primer palabra de aquel libro: ABRACADABRA, “palabra que ayuda a conceder lo
que se desea”.
Clara cerró el libro, miró la escalera, abrazó a sus papás, y supo que
para llegar a la luna, sólo se necesitaban esos libros y un último paso que
ella ya conocía, aprender a usar sus propias alas…
Hace cientos de años existieron sobre la tierra unos seres tan mágicos como
temerarios, tan sabios como primitivos, tan sensibles como brutales.
Ellos tuvieron una dura lucha con los humanos de aquella época. Tan extremo
y terrible fue el encuentro que todos suponían que los humanos serían
exterminados por la increíble fuerza de aquella bestia.
Sin embargo, el humano, pequeño, mortal, indefenso y astuto... pudo con
ellos; y uno a uno esos seres fueron desapareciendo.
Sólo cuando quedaron unos pocos, los más sabios, los más almicamente
bellos, supieron que debían transformarse, transmutar en otro ser, en quién
habitar y en quién seguir viviendo.
Así fue como los últimos dragones se convirtieron en árboles añejos.
Esta es la historia de un viejo tilo, habitado por uno de los últimos
dragones que pisó esta tierra...
Mi nombre es Osch, fui uno de los legendarios dragones en el
tiempo del rey Arturo… pero eso fue cuando volaba…
Ahora vivo en este tilo que me cobija y con quién tenemos una buena amistad.
El me sostiene y yo le cuento historias sobre el volar y las
princesas.
Sé que hubo muchas, pero una fue la que casi me hace perder
el corazón, y no digo por amor… aunque hubiera sido el caso… no, hablo de perderlo literalmente.
Los corazones de dragón eran muy preciados, se contaba y aún
se cuenta que quién pudiera extraer uno, y guardarlo en una caja de cristal y
plata, conocería la eterna sabiduría del Universo.
Muchas veces estuve a punto
de que algún excéntrico caballero enloquecido de codicia se llevara el
mío, pero siempre mi habilidad y mi paciencia fueron mayores que la astucia de
los hombres.
Pero un día, una princesa que era más dulce y esencial que
su propia existencia, sufrió una terrible enfermedad, por lo que ofrecí mi
corazón para salvarla. Para ser francos
no era ella la que padecía nada, sino que los síntomas de esa epidemia que
consumía a su pueblo hechizado, ocurrían en ella.
La comarca entera había sido llevada hacia la tristeza y la
duda permanente, por la hechicera del Pozo sin Vida; allí vivía aquella mujer
de tez oscura, de cabellos grises, de largos huesos fríos. Todos le temían. La única que sanaba a cada habitante de la
comarca con su sola presencia, por aquellos días, era la mágica princesa.
La hechicera sólo quería una cosa: “la sabiduría que
habitaba el corazón de la bella”.
Dejé correr la voz en el pueblo, de que en mi corazón vivía
la verdadera sabiduría sanadora de la princesa, para que la mujer gris me
buscara sólo a mí. Durante un tiempo, así
ocurrió y casi todo el pueblo fue
rescatado de la profunda tristeza y la incertidumbre de la duda… mientras un ejército de crueles alimañas
salió en mi búsqueda. Seres sin alma,
corrían por los bosques, levantando las piedras más pesadas, arrancando los
árboles más añejos, para encontrarme; hasta que desafié su propósito de
apresarme y los hice seguirme hasta el mismo infierno.
Fue doloroso ese tiempo, pero fue la princesa quién también
rescató mi alma y ofreció recuperarla para esta tierra, haciendo que pudiera
volver a la vida. Ella eligió el árbol que
hoy soy; ella me enseñó a aquietarme, a
abrazarme con mis propias alas, y así de estar tan quieto y sereno un día las
garras de mis patas se convirtieron en raíces, de los bordes de mis alas y de
mis cuernos brotaron hojas, y así sin darme cuenta, me convertí en este árbol
que soy.
Yo soy el fantasma Benito y ya no sé de qué manera parecerme
a mis hermanos los otros fantasmas…
Todos son blancos… yo azul.
Todos asustan… yo me asusto.
Todos viven en casas abandonadas para asustar… yo vivo con
una amiga bien vivita y me gusta mirar peliculas con ella.
¿¿Se dan cuenta??
Yo quiero ser un fantasma normal, quiero que la gente me
tenga miedo… pero no sé cómo se hace. Lo
cierto es que la gente viva me gusta, pero no para asustarla, sino para
charlar, para jugar a las cartas, para ir a ver vidrieras de ropa linda.
El otro día me crucé con un fantasma en la calle y me asusté
un poco, él se dio cuenta y me miró sorprendido, así que tomé una
resolución. Me enteré que hay una
escuela de fantasmas y ya me inscribí; empiezo mañana. Dicen que tienen materias muy buenas, que
seguramente a mí me van a servir de mucho, como: “Cómo aullar en noches de
tormenta”, “Miedos I y II”, “Cómo elegir una casa para habitar”, “Cómo
atravesar paredes” y “Relaciones entre humanos y fantasmas”… tal vez esta sea
la materia que más me cueste, porque yo sé cómo tener una relación con un
humano, pero veo que los otros fantasmas ¡¡hacen lo contrario!!
¿Será que el susto no va conmigo?
Cuando intento atravesar paredes, me doy unos golpes
terribles o me quedo atrapado entre los
ladrillos.
Ayer a la mañana, quise asustar a mi amiga, con la que vivo…
que ya sé… “no se asusta de nada”, pero yo probé igual y salí de adentro de su
cajón de pulóveres para darle un buen susto, pero hice un lío bárbaro, me enganché con su mejor bufanda y le destejí la mitad. Mucho no se asustó, más bien se enojó y ahora
me tiene tejiendo hasta que se la arregle.
Mientras tanto estoy practicando caras en el espejo…¡¡pero no
me veo!!
Igual me rio todo el día… yo voy a seguir intentando, pero me
temo que ya tengo tomada la decisión…
¿será que soy DISTINTO?
Me parece que si… y me parece que...
FIRMADO: EL FANTASMA BENITO….
Bbbbbuuuuuuuuhhhhhh…
Dícese de una yacaré overo, que andaba
echadito al sol, día y noche, noche y día… invierno, verano, primavera… y
otoño, claro!!
Se juntaba con los otros yacarés con sus
patas bien clavadas en el fondo del barrito fresco y charlaban horas sobre cómo
escaparle al posible final de “milanesa de ellos mismos” o “cartera de sus
parientes”
Una tarde mientras se rascaba el lomo
contra una piedra y sus amigotes se iban de parranda al costadito de la
barranca donde el sol pega de lleno y uno puede dormirse unas siestas
maravillosas… él sintió que un vago oleaje le hacía vibrar su armadura de cola
a hocico.
¿QUÉ PASABA, OTRA BROMA DE LA MUCHACHADA?
Miró para todos lados, tomó aire como para
que le alcanzara para un chamamé y medio, y se sumergió lo más profundo que
pudo… que no fue tanto porque andaba en la playita. Cuando estaba a punto de
escabullirse, la vio.
Nunca, pero nunca, nunca de nunquísima,
nuestro amigo había visto yacaresa más hermosa, más gris pálida, con manchas
más bellas, con garras tan deliciosamente “rascadoras” de lomo…
Y ahí nomás se acercó nadando mientras se
imaginaba el mordisco que le daría.
Pero cómo acercarse realmente??
Cómo preguntarle su nombre??
Cómo decirle lo increíblemente bella que
era su piel áspera y rugosa??
En medio del Río Paraná, se
encontraron. Ella lo miró como diciendo:
“Que churrasco para comérmelo con papas”… y él pasó bien arrimadito, y la
pispió con sus ojitos de pupilas verticales, mientras centellaban sus pestañas
como diciendo: “Yo para usted… papas, zanahorias, zapallitos, y hasta brote de
soja sería”.
El amor pasó por un período de descansos en
la playita mirándose de reojo hasta regalarse unos bocaditos de cangrejo o de
tortuga los viernes a la noche. Los muchachos
de la barra, al principio lo cargaban, pero al final reconocieron que el amigo
estaba enamorado, así que lo dejaron tranquilo y sólo le pidieron que se
cuidara, porque esto de enamorarse para los yacarés es cosa seria, de golpe y
sin pensarlo, los estados de tontera que provoca el amor, los puede hacer
terminar en una caja de zapatos de mujer número 37, en el tercer estante de una
zapatería, alejadísima de la bella playita del majestuoso río Paraná.
Priscila
era una nena que amaba dibujar corazones, sobre todo después de saber que
tenían miles de tamaños, colores y aromas.
El primer
corazón que descubrió fue el de su mamá, y lo imaginó grande y gordito y lleno
de flores de colores, ya que para cuando ella tenía 7 años, y seis hermanitos
en escalera, su mamá siempre decía que su corazón era tan inmenso que en él
entraban todos ellos.
Pero había
otros corazones, como el de su mejor amiga Juliana, que estaba habitado por
cientos de estrellas, ya que ella siempre decía que las amaba tanto, que algún
día viajaría al cielo para visitar una por una.
Más tarde
se enteró que los corazones podían romperse, el día que escuchó a su tía Clelia
hablando con su mamá y contándole cómo se había roto su corazón cuando su novio
le dijo que ya no la amaba; Priscila fue rápido hasta el costurero de mamá y
trajo hilos de colores y pedacitos de tela para remendarlo.
También se
acordó que había corazones llenos de nubecitas blancas, porque su abuela le
contó que cuando el abuelo murió se fue al cielo, así que ella imaginó cuantos
corazones habría llenos de nubes y soles y atardeceres.
Una vez le
preguntó a su mamá si los corazones de sus hermanitos pequeños, los mellizos,
eran diferentes, y la mamá le dijo que sólo estaban un poco más juntos.
Hasta que
una tardecita de septiembre, cuando la primavera llena todo de flores y las
mariposas nacen a montones, supo que la vida podía llenarse de corazones rojos,
rosados, naranjas y amarillos… fue la tarde que Mauro empezó a colarse en sus
sueños, y a empujarla en los recreos, a convidarle chicles de mandarina y a
prestarle la tarea para el día siguiente.
Mauro, la
tía Clelia, su mamá, sus abuelos, su amiga Juliana y sus seis hermanitos, le
enseñaron a Priscila que no importa cuántos corazones haya en el mundo, lo
importante es descubrir que el propio es grande, habitable, luminoso y lleno de
sillitas de colores para que todos los amigos vengan a tomar la leche con
galletitas de chocolate y limón como prepara la abuela las tardes de primavera,
cuando todos los chicos salimos de la escuela.
Jorge
había querido una pelota desde que nació. A medida que pasaban los cumpleaños…
él repetía el sueño y su madre hacía el esfuerzo sin conseguirlo; hasta que
antes de llegar su cumpleaños número 6
tuvo una idea excelente: tejería una pelota de colores para él.
Ella
sabía que no era lo que él esperaba, pero soñaba con que el día de su
cumpleaños sería el regalo perfecto. Y
llegó el día!!
Cuando
Jorgito abrió el regalo fue tanta la emoción, que la suavidad de aquellas
hebras de lana que construían la pelota, no representó un problema para
imaginar el primer partido en la plaza del barrio.
Lo
que sí ocurrió es que amaba tanto su pelota, que no se la prestaba a nadie, y
les revisaba a uno por uno las manos y las suelas de las zapatillas, para que
nadie la manchara durante el partido.
Pero
un día vio que un niño nuevo se quedaba mirándolos jugar sin acercarse y en su
mano traía un libro… pensó que era extraño que no pidiera jugar.
Después
de varios domingos, fue Jorgito el que fue hasta él y le preguntó si quería sumarse.
El niño dijo que si… pero que nunca había tenido una pelota y no sabía
jugar. Jorge pensó que era broma… todos
los niños han tenido alguna vez una pelota… y desde ese momento empezó a crecer
en la cabeza y el corazón de Jorge una idea.
Quería
regalarle a su nuevo amigo su pelota, pero por otro lado no quería perderla, y
así se lo confesó un tanto avergonzado.
El
niño del libro le hizo una propuesta; él le ofrecía su libro a cambio de la
pelota… porque había recibido su libro así… con la sugerencia de que cuando
deseara mucho, mucho algo, ofreciera su libro mágico para conseguirlo… siempre
que el deseo fuera desde el corazón.
Hoy
Jorge no sabe por dónde anda su pelota y tampoco el libro… porque una tarde vio
en la plaza a un vendedor de
y
pensó que sería hermoso irse a volar con ellos, así que ofreció su libro y el
vendedor aceptó.

Parece
que Jorgito todavía anda volando y dicen
que el globero ahora toca su nueva guitarra en las tardecitas de domingo en esa
plaza que solo necesitaba un poco de música y muchas ganas de soñar.
Para
eso sirven las 
mariafernandagutierrez
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